32. El Buen Galeno.




A Gabriel le gustaba disfrutar del silencio en el quirófano. Cuando la intervención ya había finalizado, el paciente se había trasladado a la unidad de reanimación, el resto del equipo se dedicaba a otras tareas y el personal de limpieza acababa su trabajo, Gabriel disfrutaba de unos minutos de tranquilidad sentado en un taburete en mitad del quirófano. Aprovechaba esos minutos vacíos hasta la llegada del siguiente paciente para reflexionar sobre lo que acababa de hacer.
El hombre que acababa de salir del quirófano era lo que en su jerga y la de sus colegas se conocía como "un caso difícil": Un varón de 85 años de edad con una lista de dolencias tan larga que lo obligaba a llevar siempre consigo una carpeta de cartón azul descolorido repleta de informes médicos consecuencia de sus múltiples ingresos y consultas en los últimos cinco años. Gabriel era capaz de recordar vívidamente el día que visitó al paciente en la consulta y éste empezó a desplegar informes y más informes sobre la mesa de su despacho. También recordaba el lío que se armó en la consulta cuando al intentar levantarse de la silla de ruedas el paciente y la cuidadora que lo acompañaba resbalaron y acabaron los dos por el suelo. Y es que, tal y como después le explicó la cuidadora, el hombre llevaba una mala racha que había empezado un año antes con la muerte de su esposa, su diagnóstico de demencia senil y el ingreso en el centro geriátrico. El pobre hombre era absolutamente dependiente para cualquier tipo de actividad y ante la apremiante necesidad de atención sus hijos habían convenido que lo mejor para todos (en especial para ellos) era ingresar en ese centro. Frágil de salud, dependiente para cualquier actividad, y con una demencia que además de arrebatarle todos sus recuerdos lo había privado también de la facultad para comunicarse (si exceptuamos los balbuceos ininteligibles y los quejidos que emitía cuando lo obligaban a asearse) , el hombre había tenido la desgracia de contraer una dolencia que limitaba tanto el riego sanguíneo en sus piernas que hacía de la amputación la única alternativa viable.
Y Gabriel había hecho su trabajo. Y lo había hecho muy bien. La amputación de las dos piernas en un paciente de esas características era una intervención muy delicada. Gabriel había hecho lo que tenía que hacer y se sentía satisfecho.
Tal vez fuese debido a que el siguiente paciente todavía no estaba listo para ser trasladado al quirófano o tal vez el celador se entretuvo demasiado hablando con un médico del partido del fin de semana, ¿quién sabe?. El hecho es que el siguiente paciente no llegaba y el ritmo de la factoría sanitaria (paciente que entra, paciente que sale, paciente que entra, paciente que sale...) se detuvo transitoriamente dejando a Gabriel sólo con sus pensamientos durante un rato más. Y eso lo cambió todo.
Sin saber exactamente por qué, empezó a pensar en los motivos que le llevaron a estudiar medicina y convertirse en médico. El reconocimiento social, el reto personal de completar una carrera tan larga y compleja, la promesa de unos ingresos que le permitiesen llevar una vida cómoda...pero por encima de todo el hecho de ayudar a las personas. Ese deseo de ayudar a las personas era el verdadero motor que lo había impulsado desde el primer día que puso sus pies en la Facultad de Medicina. ¿Y qué estaba haciendo ahora?, ¿en qué se había convertido?  Se le ocurrieron muchos nombres como por ejemplo "prolongador de vidas", o "acróbata quirúrgico" o incluso "crea-zombis". Ninguno de ellos tenía nada que ver aquello tan bonito que lo había acompañado años atrás. Y ¿cómo exactamente había ayudado a ese paciente cuyo nombre era incapaz de recordar ahora?
Primero se sintió aturdido. Después, una revelación.
Sereno, Gabriel se levantó de su asiento para avanzar  en silencio hacia la salida del quirófano. Una vez allí, dio media vuelta y dedicó una última mirada a todo aquello. Acababa de decidir que ya no iba a volver. Se había desviado demasiado de su camino y necesitaba encontrarlo de nuevo. Empezaba la búsqueda con ilusión.
Las Creencias y los Valores forman parte de la estructura profunda de nuestra personalidad. En la entrada número 23 de nuestro blog ("Cambio y Multicambio") ya hablamos al respecto. Cuando una persona experiementa un conflicto entre sus conductas y sus valores se pone en marcha una guerra interior de baja intensidad pero de penosas consecuencias: ansiedad, ira, apatía, depresión...
Por ello creo que revisar periódicamente nuestro sistema de valores y cotejarlo con nuestras conductas es una práctica saludable que nos acerca a la Felicidad. Os deseo buena suerte.

2 comentarios:

  1. Anónimo0:29

    M'agrada molt aquest plantejament! Crec que és absolutament necessari reflexionar periòdicament sobre nosaltres mateixos i el comportament que tenim amb el nostre entorn,això suposa reforçar i estimular el nostre codi ètic,sovint oblidat degut al rimtme desaforat amb el que vivim.
    Gràcies per fer-mi pensar!!!
    Obi Wan

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    1. Gràcies pel teu comentari. De vegades penso que no hi dediquem prou temps per pensar-hi.

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